Si yo menciono el nombre de Ana María Parera, la mayoría de los lectores reaccionaréis con indiferencia, pues probablemente, ni un 1% de vosotros la conocerá, y es lo lógico. Ella es una mujer normal, pero el 3 de junio de 1986, hace ya 32 años, tuvo a bien traer al mundo a una persona que quizás conozcáis más, y no es otro que don Rafael Nadal Parera. Desde niño, he crecido admirando a esta figura del deporte, pues sus gestas son de sobra conocidas por todos, y es por ello por lo que me he animado a escribir sobre él.
Recuerdo muchas de las increíbles victorias de Rafa en las pistas de tenis: remontadas, remates imposibles, desgarradores gritos de celebración... La leyenda que ha creado esta persona en el deporte al que se dedica es a mi modo de ver inigualable, pues ha conseguido todo lo que se ha propuesto. Lo más destacado, sin embargo, es el modo en el que lo ha hecho. Jamás he visto a Nadal pecar de arrogancia, jamás le he visto menospreciar al más débil de los rivales, jamás le he visto un mal gesto en la derrota (y lo que es más importante aún, tampoco cuando ha alcanzado el éxito). Su carácter es fruto de lo que hoy llamamos la "cultura del esfuerzo": él no es el más talentoso de los tenistas, ni el más rápido, ni el mejor sacador... Sin embargo, cuenta con armas mucho más determinantes, como son el tesón, la constancia o el sacrificio. Recuerdo una anécdota que contaba uno de mis profesores en el colegio. Decía que una vez, hace años, cada vez que paseaba con las primeras luces del alba por un parque de Madrid, se encontraba con un joven de unos 15 años que salía a correr, y quedó tan sorprendido por aquel hecho, que un buen día decidió preguntarle su nombre: no creo que sea necesario que os diga quién era. En aquel momento, mi maestro ya auguró que alguien que se dedicaba tan a fondo a su pasión, estaba destinado al mayor de los triunfos, y no se equivocó. Es destacable también el calvario que ha sufrido nuestro protagonista de hoy con las lesiones, pero ello nunca le ha impedido sobreponerse a ellas, y siempre ha vuelto al olimpo para repetir un gesto que todos tenemos grabado en nuestras retinas: el de Nadal mordiendo los innumerables trofeos que atesora.
Pero lo más destacable de Rafa no es su faceta como tenista, por raro que parezca. Se trata de alguien que pese a haber logrado todo como profesional, jamás ha desconectado de sus raíces. Es por ello por lo que, invirtiendo mucho de lo ganado a lo largo de su carrera, decidió crear una Academia de tenis en su Mallorca natal, con el fin de fomentar los sueños de los que aspiran a ser como él en un futuro. Nadie mejor que él, ni su tío Toni, que ha sido su sombra durante toda su trayectoria, pueden aconsejar a las generaciones venideras acerca de cómo lograr todo lo que te propongas en la vida, siempre desde la humildad y la perseverancia.
Ayer mismo, su isla natal quedaba arrasada por una gran tormenta, lo que desgraciadamente ha supuesto la destrucción de cientos de viviendas e infraestructuras, y lo que es peor, varias víctimas mortales. Rafael Nadal, que ya tiene todo en la vida, y que no necesita ningún tipo de campaña de marketing para mejorar su imagen, decidió calzarse las botas y enfundarse un chándal para ayudar en las labores de limpieza en las zonas más afectadas, al mismo tiempo que ofrecía las instalaciones de su Academia para acoger a los afectados. Gestos como estos son los que hacen grande a una persona, al margen de sus logros como deportista. Es encomiable, por mucho que algunos se nieguen a aceptarlo, que alguien ya de por sí tan querido por todos, se decida a salir a la calle y se manche de barro hasta las pestañas con el fin de ayudar a su comunidad.
Por ello me reitero en mi agradecimiento al entorno de Rafa, por inculcarle unos valores que ha sabido aprovechar en beneficio de todo un país, y, cómo no, a él mismo, por darnos tantas alegrías a nivel deportivo, pero sobre todo por sus enseñanzas como ser humano.
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