Después de un tiempo sin escribir, al menos públicamente, los últimos acontecimientos acaecidos en el Congreso de los Diputados han logrado que vuelva a asomarme a este blog, a esa página en blanco que a tantos aterra y atenaza, pero a que a mí me permite desinhibirme a gusto y sacar mis más profundos pensamientos de mi cabeza, como si un pensadero se tratase (es una referencia a mi saga de películas favorita, no espero que todas la entendáis). A pesar de lo que os pueda sugerir el título del post, no vengo a hablar de Star Wars, y tampoco vengo a traer solo alegrías, como cabría esperar en estos tiempos que corren.
Tiempos de pandemia, al fin y al cabo, que nublan hasta el más claro horizonte. Esta semana de lluvia intermitente pero perenne ha sido un fiel reflejo de la situación política, y también sanitaria, que atraviese nuestro querido país. Y precisamente escudándose en el cariño que sentimos por nuestra nación, cierto partido político ha decidido plantear una moción de censura al Ejecutivo. Lejos queda ya el espíritu original de esta figura, reservado a las más extremas situaciones, pero eso es tema aparte, y prefiero centrarme en todo lo que ha rodeado a las sesiones parlamentarias acontecidas estos días. Hay quien ha considerado oportuno asestar un garrotazo al ya desnortado Gobierno a fin de dar el último paso en la escalera hasta la cima, que es el poder. Solo observo un problema: para dar un garrotazo que noquee al rival, has de proveerte de un buen arma, y quien la sujetaba como espada de Damocles sobre el titubeante émulo, se ha encontrado entre sus manos con un irrisorio globo de plástico hinchado, que no alcanza ni a hacer cosquillas.
A todo ello hemos de añadir una imagen que defina el heterogéneo y burlesco grupo que se encuentra a la riendas del desbocado caballo que es España, un equino que suelta espuma por la boca, azuzado por el vil látigo de quienes escudan sus políticas en el rupturismo, la mediocridad (mi recuerdo para la señora Celaá) y el populismo.
Entre todo este oscurantismo, propio de las etapas más oscuras vividas sobre estas tierras, hemos podido encontrar un rayo de luz, después de días de tormenta. Somos pocos los idealistas que creemos en los Gobiernos de Estado, pero hoy hemos podido observar un atisbo de lo que supondría un pacto entre los íntimos enemigos que hasta hace pocos años poblaban prácticamente la totalidad de la Cámara Baja a sus anchas. Me he permitido el lujo de imaginarme tal escenario, iluso de mí, con una necesaria e inevitable bisagra que permitiera el encaje entre políticas a priori tan alejadas, pero que en esencia gozan de un programa con muchos puntos en común. Son los radicalismos, encarnados en dos partidos de relativamente reciente creación, los que empujan a los clásicos a llevar a la práctica políticas que en otras circunstancias jamás veríamos realizar. Si el electorado viera una renuncia a tales acciones en pos de un beneficio común, podríamos gozar de un Ejecutivo que no tuviera que rasgarse las vestiduras cada semana, cediendo al chantaje de quienes hasta hace diez años empuñaban armas y asesinaban a sangre fría, o de quienes siguen preocupados de revivir y tener presenta la figura de aquel dictador que tanto mal causó a nuestros abuelos en décadas pretéritas.
Para ello, han de superarse muchos escollos que impiden el acercamiento, al menos de cara a la galería (a saber lo que se cuece en los pasillos de las instituciones). Debemos de contar con políticos a la altura de las circunstancias, y olvidarnos de los ministros que se reúnen con mandatarios de dictaduras sudamericanas en las salas privadas de los aeropuertos, de los que fuman arrejuntados en la puerta del Congreso, sin mascarilla y entre risas, mientras los hosteleros agonizan enterrados por las deudas y las limitaciones. También hemos de relegar a aquellos que anteponen sus ansias de aniquilar la división de poderes, y que intentan camuflar un acercamiento a quienes hoy se han apartado de la extrema derecha, cuando realmente ha sido Europa quien ha condicionado sus jugosas subvenciones a cambio de que el ala comunista de nuestro mando político olvidase sus vacuas ambiciones, propias de siglos rancios e ideas desdeñadas.
Varios ministros y diputados fuman a la puerta del Congreso en plena pandemia.
Fuente: zamora24horas.com
Yo creo, iluso de mí, en los políticos abiertos al cambio, en los que no se dejan guiar por las ataduras del pasado, en los que no se sujetan por la ridícula disciplina de voto, en los que no propugnan siglas, sino ideales propios. Claro, que eso supondría dar al traste con años de amiguismo y de carcamales agarrados a la poltrona por decreto, con el hermetismo que envuelve a la mal llamada "clase política" (como ya manifesté en otro post de este mismo blog). ¿Quién está dispuesto a renunciar a todo ello, a cambio del beneficio de la colectividad? Prefiero no responder a mi propia pregunta, para no hundir definitivamente en el fondo del abismo mis crédulos principios. Ojalá que nuestros ojos vean con claridad aquellos que nuestros predecesores avizoraron en el 78, después de decenios de enfrentamientos, para poder crear por fin una tierra de oportunidades que no distinga entre rojos y azules, sino entre aquellos que pusieron la primera piedra en el camino, y los que ponían palos en las ruedas, con la esperanza de que estos últimos queden olvidados en la oscuridad del triste pasado que es nuestro presente.
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