Hoy, 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, hemos vuelto a ser testigos de una protesta de calado histórico. En los últimos años, el poder feminista ha ido abriéndose paso a la par que lo ha hecho la mujer en la sociedad, reclamando el sitio que tantas veces y tan repetidamente se le ha negado a lo largo de la Historia. Con la llegada del siglo XXI, la lucha de todas aquellas que no dieron el brazo a torcer cuando lo más fácil y normal era hacerlo comienza a adquirir relevancia, a tener un verdadero sentido. Como rezaban numerosas pancartas en las manifestaciones de hoy, muchas nietas ponen hoy voz a sus abuelas, pero también son altavoz de todas las mujeres que, por el simple hecho de serlo, se vieron abocadas a un trágico desaparecer entre las sangrientas crónicas de sucesos locales.
Gracias a la lucha de muchas personas, el movimiento feminista ha adquirido una dimensión que ya es imparable, imposible de frenar pese a los intentos de algunos de meternos en su máquina del tiempo y devolvernos a la Edad Media. Si bien es cierto que no son pocos los movimientos políticos que intentan verse vinculados a una revolución de este calado con el fin de conseguir rédito electoral, es aún más cierto que el mensaje, lo verdaderamente importante, se superpone a todo ello. Es esperanzador ver las calles llenas de mujeres de todas las edades pidiendo lo que nunca deberían estar obligadas a pedir, algo tan básico e inherente a la condición humana como es la igualdad.
Paseando esta tarde por la Calle Mayor de mi ciudad, no he podido sino sentir orgullo al leer cada mensaje reflejado en pancartas hechas a mano. Alguna de las personas que ha subido al escenario de la Plaza Mayor ha conseguido incluso emocionarme con sus versos y rimas cargados de rabia y anhelo a partes iguales (he de decir que tengo la fortuna de incluso conocer a varias). Son estos actos los que me hacen pensar que se acerca el día en el que por fin las diferencias por cuestión de género llegarán a su fin, y pasarán a engrosar las páginas de los libros de Historia, donde debieron quedar hace mucho tiempo, acompañadas de otros horrores que ha sido capaz de crear la raza humana.
Para finalizar, solo pido a quienes no creen en esta desigualdad que abran los ojos, porque estos que no son capaces de apreciar esta brecha, probablemente observen desde una cómoda posición de privilegio. Para quienes han abarrotado las calles, solo puedo desear que esto no quede en un simple día del año, y que sigamos contribuyendo con pequeños gestos rutinarios, sin caer en presiones ni chantajes de quienes pretenden imponer idearios, desde uno u otro bando. Esta guerra no es de siglas, sino de personas, hay que pelear por la condición de cada uno, y no por su forma de pensar o de votar. Hoy, me voy a la cama con muchas mujeres en mis pensamientos, incluso algunas que ya no están, pero que con su forma de vida han hecho mucho por las que hoy han dado la cara y se han desgañitado por ellas en cada rincón del mundo con su justa reivindicación.
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