El caso es que hoy me gustaría hablaros precisamente sobre eso, sobre mi rutina diaria. Mi querido móvil me "invita" a despertarme cada día a las 7 de la mañana, aunque en un alarde de pereza gano esa batalla programando una segunda alarma veinte minutos más tarde (pequeños placeres de la vida...). Al más puro estilo de los zombies de "The Walking Dead", comienzo a vagar por el pasillo en dirección a la cocina, donde gracias a mi madre me espera siempre un tazón de leche caliente acompañado de mi estimada bollería industrial. Tras esto, me permito el lujo de ver 3 minutos de telediario (generalmente coincide con los Deportes o el Tiempo), y acto seguido, ya en el baño, procedo a ponerme las lentillas, el reto más desesperante de cada mañana. Una vez peinado y aseado, preparo rápidamente mi mochila y, tras despedirme, me aventuro a salir a la calle. Como comprenderéis, en estas épocas del año es una sensación poco agradable, ya que el frío se le mete a uno hasta la médula, pero aún así he aprendido a disfrutar del pequeño paseo que he de dar cada mañana de camino al bus que me lleva a Valladolid a diario.
Poco antes de llegar a la parada, en un esbelto y alargado árbol, se encuentra la fuente de inspiración de este post, y no es otra que una bandada de pájaros instalada en el mismo. Este descubrimiento lo realicé hace relativamente poco: como cada día al pasar por delante del árbol, yo iba ensimismado en mis pensamientos (entremezclados por el sueño), y por casualidad me fijé en un hombre de avanzada edad que examinaba con detenimiento el propio vegetal. Extrañado, decidí seguir su mirada, y fue por fin cuando mis oídos se dignaron a escuchar lo que ellos estaban dispuestos a contarme cada mañana. Habían estado ahí todos los días, pero mi ceguera mental me impedía recibir su hermoso mensaje. Ese mismo día decidí que debía hablaros sobre ellos, y eso mismo estoy haciendo. Puede parecer una nimiedad, y quizás lo sea. No obstante, para mí estas aves representan los pequeños detalles de la vida que nos perdemos por diferentes distracciones que se nos plantean en nuestro hábito diario.
Os invito a romper con las rutinas, y con ello no me refiero a que no pongáis la alarma cada mañana, porque es inevitable, pero sí a que os detengáis a observar vuestro entorno, a disfrutar de él y, como he hecho yo mismo, a compartir esas experiencias a priori insustanciales (como podría ser el canto de unos pájaros) con aquellas personas que realmente necesitan un aporte sentimental a sus vidas, ya que muchos de nuestros conocidos se encuentran tan sumidos en su labor profesional que dejan de lado las tan necesarias relaciones afectivo-emocionales. Nada más que añadir, ¡nos vemos la próxima semana!
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